Por Sheyla Mosquera
“Haber estado muy grave en terapia intensiva lo asemejo a soldados pasando por debajo de los alambres de púas en las trincheras con lodo”, relata el doctor John Zambrano Haboud.
Es el primer médico sobreviviente de la COVID-19 severa en Guayaquil. El número 67 de la suerte. Antes de salvarse murieron 66 pacientes en general. Médicos más de 100. Sin embargo, él nunca estuvo en primera línea atendiendo covid.
Cuando alguien va a la guerra, agrega, al menos los soldados se despiden de sus familiares. Pero si va a un hospital infectado con el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 no existe esa opción.
En marzo 2020 Zambrano enfermó. En una época en que los guayaquileños parecíamos ver una película de terror en la ciudad.
El guion era impactante: gente fallecida en las calles o en las casas, hospitales colapsados, escasez de medicamentos o de tanques de oxígeno. Muchos amigos, familiares y conocidos morían.
La enfermedad infecciosa respiratoria viral llamada COVID-19 provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 fue la protagonista. Tiene forma redonda con pequeñas puntas alrededor, parecido a una corona real.
Desde que empezó el contagio en Guayaquil, los mensajes por WhatsApp eran frecuentes. En el grupo de Bienestar con Estilo Magazine, por ejemplo, los integrantes informaban a diario los nombres de los médicos que fallecían.
De repente hubo un milagro. El doctor John Zambrano, alergólogo pediatra y vicepresidente del Comité Olímpico Ecuatoriano (COE) ganó la batalla al SARS-CoV-2.
“Mi enfermedad empezó con tos fuerte y fiebre de 42 ºC. Como trato cuadros respiratorios, pensé que sufría un espasmo bronquial provocado por otros virus”.
El dice que hizo la prueba famosa del momento: inspiraba y trataba de retener el aire en el tórax por 10 segundos, pero no la pasó. Incluso inició el tratamiento como si fuera influenza, sin embargo, un examen la descartó.
Tampoco pudo someterse a la prueba molecular PCR para detectar la presencia del SARS-CoV-2. No la consiguió, aunque movió todos los contactos que tenía como médico.
La tomografía de tórax determinó daño en los pulmones
Para descubrir si padecía la COVID-19, Zambrano se sometió a una prueba de imagen llamada tomografía de tórax. El resultado indicó que sus pulmones tenían lesiones en vidrio esmerilado, son como manchas blancas.
“Estas lesiones aunque no tengas una PCR positiva es bastante sugestivo de infección del SARS-CoV-2. Pero como uno siempre tiene la tendencia humana a negar la posibilidad de enfermarse, yo decía que con ese resultado no tenía que hospitalizarme”.
Su amigo, el radiólogo Eduardo Guzmán Nuques, le quitó el teléfono para llamar al neumólogo. La respuesta del doctor Fernando Cano Pazmiño sobre el resultado de la tomografía fue: “John, te vas a hospitalizar”.
“Nunca imaginé que estaría hospitalizado. La última vez ocurrió cuando tenía 12 años. Para mí fue una novedad a la que me resistía aceptar”, asegura Zambrano, de 57 años.
Cuando le dijeron que iban a intubarlo se “desarmó”
Era marzo 23. John Zambrano logró ingresar al hospital Alcívar. Se suponía que su estadía sería corta para recibir un poco de oxígeno, pero no fue así.
Nunca tuvo miedo de ser hospitalizado. Pero cuando, el jueves 26, le informan que iban a intubarlo se “desarmó”. “Fue un momento difícil, estaba grave”, asegura.
Como médico, refiere, sabía lo que significaba. “Si un colega dice voy a intubarte, uno conoce el momento en que lo hace pero nunca si lo va a poder quitar. Ahí te entregas totalmente. No hay forma de decir no quiero”.
A las 17:50 Zambrano envía un mensaje por WhatsApp al grupo Familia, decía: “Con CPAP”. De inmediato, la doctora Catina Solano, su esposa, respondió: “Q bueno gordo. Sé fuerte. No te dejes vencer. Tú puedes”.
Una hora después: “Gordo Dios y la Virgen te protejan. Estamos rezando por ti”. También: “Tú eres fuerte pa, vas a salir de esto”, le escribió María Delia Zambrano.
El último mensaje del doctor Zambrano fue a las 03h15: “En este momento me van a intubar. No sé cómo llegamos a esto. Espero regresar lo antes posible”.
El proceso de intubación es muy molestoso
“Cuando alguien se atora con un grano de arroz, uno tose violentamente. Imagínese qué sucede si le introducen dos tubos de plástico, que van juntos en el interior del cuello”, indica Zambrano.
El primero va al estómago a través del esófago (sonda nasogástrica), para que los jugos gástricos que están acumulados no se regresen a la tráquea. Después duermen al paciente (lo anestesian), relajan la musculatura y se procede a colocar el segundo tubo, esta vez por la tráquea, para conectarlo a una máquina.
La máquina (ventilador mecánico) comanda la respiración del paciente y los médicos intensivistas pueden mezclar qué porcentaje de oxígeno van a darle o con qué frecuencia van a ventilarlo. El oxígeno en el ambiente es de un 21% y pueden subirlo al 100%.
“Mientras se está dormido e intubado no se siente nada, no se sufre, porque el paciente no está consciente. Los que sí sufren son los que se quedan en casa, los familiares”, recalca Zambrano.
Sacar de terapia intensiva a un paciente es un proceso muy duro
Desconectar a un paciente de la máquina que le suministra oxígeno es un proceso que toma su tiempo. El doctor John Zambrano explica que se basa en una planificación porque el grupo médico se guía por parámetros.
Se mide, por ejemplo, la cantidad de oxígeno y de dióxido de carbono que circula en la sangre o la acidez (pH). Incluso cómo evoluciona de tener alguna neumonía bacteriana añadida, entre otros.
Dependiendo del estado de salud se comienzan a bajar parámetros. Si al paciente le administraban un 60 u 80% de oxígeno, lo van bajando paulatinamente hasta aproximarlo al ambiental.
Para eso hay que despertar al paciente poco a poco y saber si respira por sí mismo. Este proceso, agrega, es muy duro para los médicos porque tienen que tomar decisiones. También para los pacientes porque significa respirar con un tubo en la tráquea y estar consciente.
Según Zambrano, cuando la enfermera lavaba el interior del tubo con solución salina que iba al pulmón tosía brutalmente. Quería salir corriendo, sentía desesperación, era el último lugar en el que quería estar.
La intubación puede dejar secuelas
La única secuela que al doctor John Zambrano le quedó, después de haber sobrevivido a la COVID-19, fue un daño en la tráquea producto de la intubación.
El médico intensivista Stenio Cevallos Espinar, agrega, eligió no someterlo a una traqueotomía. “Fue la decisión correcta en mi caso”, asegura.
La traqueotomía consiste en colocar un tubo chiquito, por la parte anterior del cuello, directamente a la tráquea sin pasar por la boca. Este lo conectan al ventilador también.
“Por mi gravedad no tuve esa oportunidad, entonces mi tráquea se dañó. Pero dos meses después de haber salido del hospital Alcívar el doctor Fernando Polit, cirujano toráxico del Hospital Luis Vernaza, me realizó una cirugía”.
Polit, dice, retiró varios anillos traqueales que estaban obstruyendo el paso del aire, y los dos segmentos que estaban por encima y por debajo de los anillos lesionados, los unió entre sí para que pueda respirar.
Después de eso, asegura Zambrano, ha tenido que someterse a cuatro broncocopias. Son exámenes que sirven para limpiar o ensanchar la tráquea.
“El haber estado tan cercano a la muerte es una experiencia que nunca la hubiera querido vivir. Catorce días intubado y dormido y luego haber podido respirar por mí mismo es poder comprobar que el poder de la oración va más allá de las cuestiones objetivas terrenales”.
Estuvo en buenas manos, asegura Zambrano. Por eso agradece a todo el equipo médico que comandó el doctor Stenio Cevallos Espinar en el hospital Alcívar, y a todas las personas que oraron por su recuperación.
Mientras dormía tuvo una experiencia extracorporal
Católico no practicante, solidario desde su profesión y cumplidor de las normas, así se define John Zambrano.
Su mejoría empezó desde que el padre Gustavo Calderón, quien es provincial de los jesuitas en Ecuador y fue su compañero en el Colegio Javier, realizara un acto religioso por video pidiendo a Dios por su salud, en compañía de la familia del doctor.
Cuando estaba recuperando la conciencia, Zambrano tuvo dos experiencias extracorporales: pasó dos noches fuera del hospital. La primera vio a su hijo mayor observando las invitaciones de su futura boda, eran de filo oscuro. En la segunda, en cambio, pasó una noche en su hogar.
“Al regresar a mi casa le dije a mi esposa. ¡Me parecen muy bonitas las invitaciones de Santiago! Me miró extrañada y llamó a nuestro hijo para preguntarle: ¿Tú le has enseñado las invitaciones a tu papá? “No, recién lo veo” .
El doctor Zambrano les dijo: “Las del filo oscuro”. Ante esa afirmación, todos se quedaron sorprendidos porque era verdad.
En cuanto a su segunda experiencia, su esposa pudo percibir su visita a casa. Al día siguiente, ella le comenta a sus hijos: “Tu papá estuvo ayer aquí”, pues a nadie le pareció extraño.
Siempre ha sido un hombre sano, esto le ayudó a sobrevivir de la COVID-19
El doctor John Zambrano relata que el no tener factores de riesgo para la COVID-19 le ayudó a sobrevivir esta enfermedad. Además, a pesar de tener sobrepeso ha practicado deporte toda su vida. Tampoco sufre de presión arterial alta, problemas renales o hepáticos, no bebe y no fuma desde hace más de 20 años.
Otro factor posible a su favor para sobrevivir, asegura, es su ascendencia libanesa. “Mi madre suele decir que los cruces genéticos dan razas más fuertes: tengo 50% de Líbano y 50% de Ecuador. Esa podría ser una causa que me favoreció”, asegura.
Por influencia de su herencia libanesa come frutos secos y aceite de oliva extra virgen todos los días. Incluso jamás deja de comer yogur, ajos, cebollas, trigo y carnes. Todo muy combinado.