El destino puso en mi camino a este importante médico ecuatoriano. No solo era un excelente profesional, también un gran ser humano dispuesto siempre a ayudarme.
Por Sheyla Mosquera
Cuando mi hijo mayor se fracturó el brazo derecho a los 6 años, el doctor Eduardo Alcívar Andretta se convirtió en su médico.
Mientras lo examinaba le preguntó: Gregory, ¿jugabas a ser supermán? El niño lloraba. Entonces le dijo: “Tranquilo, voy a arreglar esto”.
Me sentía nerviosa, pero también confiada. El doctor estaba en mi lista de los mejores traumatólogos del Ecuador y la clínica, situada en el barrio Centenario, en el sur de Guayaquil, se destacaba por tener tecnología de punta y un grupo de excelentes profesionales en diferentes especialidades.
Años después, el doctor Alcívar nuevamente trató a mi hijo, ya de 11, por una fractura en el brazo izquierdo. Cuando lo vio le preguntó: ¿Sigues jugando a ser supermán? “No, jugaba pelota”. ¿De quién eres hincha?, le preguntó. «De Emelec», dijo mi hijo.
Posteriormente, mis visitas a su consultorio eran por trabajo. Me llamaba a La Revista de Diario El Universo cada vez que tenía algún tema de salud novedoso. Me encantaba entrevistarlo. Al verme me decía: “Gorda, mira lo que te tengo”.
Un día me mostró su libro titulado ‘Algoritmo en el tratamiento del trauma ortopédico’, escrito junto con el Dr. Hugo Villarroel Rovere, su pupilo y mano derecha en asuntos de investigación. Estaba feliz.
En su clínica, luego hospital Alcívar, como director de Posgrado en Traumatología y Ortopedia, era maestro de los futuros traumatólogos. También tenía alma de jinete, de piloto de avioneta y de arquitecto.
El Dr. Eduardo Alcívar no era emelecista. Era “reemelecista”. De ahí el porqué debajo de su bata blanca usaba traje azul. Tono que, según la psicología del color, significa poder, amistad, confianza, generosidad.
Definitivamente esas eran sus cualidades, pues las experimenté en el 2010 cuando mi Superman, ya de 23, sufrió otro accidente. Esta vez, el carro en el que regresaba a Guayaquil después de ver la final de ida del Campeonato Ecuatoriano de Fútbol, Liga de Quito vs. Emelec, fue chocado.
“Doctora, llame al doctor Alcívar y cuéntele lo sucedido”, me dijo Carlos Ycaza Paulson, mi editor de La Revista y eso hice. El doctor revisó a Gregory y no tenía fracturas, pero sí una sutura con hilo negro grueso arriba de la ceja derecha y la piel colgando debajo de ese ojo. Entonces ordenó que localizaran al cirujano plástico de turno.
Cuando el Dr. Jorge Sigua García vio a Gregory, nos dijo: “¡Uy!, no me responsabilizo por esto”. Pero aun así lo hizo y el resultado fue mágico, excelente. Mi hijo volvió a ser un joven apuesto.
Meses después no hubo llamadas de mi querido doctor Eduardo Alcívar.
Fue tan triste saber que su voz se había apagado para siempre a causa de una lesión en las costillas tras sufrir una caída de un caballo.
Mi Doc falleció el 1 de julio de 2011 en el hospital John Hopkins de Baltimore, EE. UU. Su cédula decía que tenía 68 años, pero quienes lo conocimos y lo vimos reír tantas veces sabemos que tenía menos, muchos años menos.